Experiencias inolvidables

El pene que debía firmar Truman Capote

En 1924 nació Truman Capote, uno de los pioneros del nuevo periodismo estadounidense, un gran escritor, y un grandísimo provocador, como ya os explicaba en Capote: drogadicto, homosexual y genio.

Durante la década de los cincuenta, se dedicó a realizar entrevistas para la famosa revista Playboy.

También escribió que si reencarnara, le gustaría hacerlo en un pájaro, preferiblemente un buitre ya que:

Un buitre no tiene que molestarse por su aspecto o capacidad para gustar o seducir; no tiene que darse aires. De todos modos, no va a gustar a nadie; es feo, indeseable.

Pero uno de sus momentos cumbre fue aquella ocasión lo podemos leer en el libro de Ana Andreu Baquero Lo que Robinson Crusoe le contó a Lolita: Capote estaba empinando el codo en un restaurante de Nueva York, y entonces fue abordado por un grupo de mujeres allí presentes, que le ofrecieron servilletas y cajas de cerillas para que estampara una dedicatoria. El marido de una de las mujeres espetó que “era un desperdicio el ofrecer tanta emoción femenina hacia un homosexual“. Acto seguido, se bajó la cremallera del pantalón, le mostró el pene, diciendo el voz alta que tal vez preferiría firmarle eso. Capote no se dejó intimidar y, lanzándole una de sus frías miradas sarcásticas, respondió resuelto: “Como mucho podría ponerle las iniciales”.

Y es que Capote sabía bastante de envergaduras de miembros viriles, pues en su agitada vida sexual había tenido la ocasión de ver muchos, así como también de probarlos. Por ejemplo, en su último libro dedica unas palabras a un pene que, en comparación con el de aquel admirador, eran descomunal, y pertenecía a uno de los hombres más seductores de la época: Porfirio Rubirosa. Tal vez el nombre no os suene, pero debéis saber que este diplomático dominicano, y reconocido playboy, sirvió de inspiración para crear el personaje de James Bond. Según Capote, el mayor de los secretos de aquel conquistador residía en el tamaño de su pene.

Capote amaba los penes, y los grandes, los verdaderamente grandes, son los que merecían su atención (sexual y literaria). Y de este modo, el sarcasmo lanzado contra el marido de una de sus admiradoras en aquel restaurante de Nueva York adquiere un sentido más profundo, no siendo así la simple réplica de un genio literario.

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