Experiencias míticas

Fascinación por el mal: Robert Mitchum en ‘La noche del cazador’

El cine, en toda su existencia —y podemos considerarlo sin ningún tipo de duda como un arte muy joven— se ha dedicado a contarnos historias de la más diversa índole destinadas a todo tipo de público. Un público que se acerca siempre con curiosidad a una pantalla para introducirse en un mundo totalmente alejado del nuestro, a pesar de que en realidad es un reflejo del mismo. Todas y cada una de las características del ser humano han quedado impresas de un modo u otro en infinidad de buenas y grandes películas —en las malas también, pero hay que obviarlas, con sufrirlas llega—, y sin duda el interés por lo prohibido, por lo malvado, por ese lado oscuro que todo ser humano posee, es el mayor de todos. Alfred Hitchcock solía decir que una película valía lo que el malvado de la misma valía, y entre todos los grandes malvados de la historia del cine hay uno realmente peculiar que sirvió de inspiración a cineastas posteriores: Harry Powell, al que dio vida un inmenso Robert Mitchum.

‘La noche del cazador’ (‘Night of the Hunter’, 1955) fue la única película como realizador de Charles Laughton, excelente intérprete al que le debemos algunas interpretaciones memorables, tal es el caso de films como ‘Esta tierra es mía’ (‘This Land is Mine’, Jean Renoir, 1943) o ‘Testigo de cargo’ (‘Witness for the Prosecution’, Billy Wilder, 1957), y que no volvió a sentarse en la silla de director —‘Los desnudos y los muertos’ (‘The Naked and the Dea’, Raoul Walsh, 1958) iba a ser su segundo largometraje— a causa de la mala recepción por parte de crítica y público que tuvo el film. El tiempo, como casi siempre, pone las cosas en su sitio, y hoy día ‘La noche del cazador’ se erige como uno de los monumentos más impresionantes del séptimo arte. Dejando a un lado la labor de Laughton tras las cámaras, que está llena de hallazgos, una de las claves de su calidad es sin duda la composición de Mitchum en el papel de un predicador muy peculiar.

Harry Powell es un falso reverendo en la época de la Gran Depresión de los Estados Unidos, y utiliza sin compasión a la gente dedicándose a matar viudas de las que se aprovecha económicamente. El, como cualquier católico o creyente, le reza y le habla a Dios, pero de una forma realmente extraña y peligrosa. Sus temas de conversación con el creador tienen más que ver con la muerte que con la vida, al interpretar las escrituras de una forma totalmente equivocada y para servicio propio, subrayando así el carácter egoísta del ser humano. Un hombre de Dios cuya vestimenta ya es todo un icono cinematográfico, siempre de negro, con un sombrero, su biblia, una navaja y cómo no, las archifamosas palabras tatutadas en los dedos “Hate” (odio), en la mano izquierda, y “Love” (amor) en los dedos de la mano derecha. Para justificarlas una atrayente historia de lucha entre el bien y el mal, y que concluye siempre con la victoria de la bondad. Powell hace precisamente lo contrario.

Se me escapan las razones por las que ‘La noche del cazador’ fue todo un fracaso en el momento de su estreno, y creo que algo tiene que ver el retrato sin piedad que de la gente —dicho así, casi de forma vulgar— hace el film. Pensemos por un momento el contexto social en el que se enmarca la trama argumental. La Gran Depresión Económica —algo que lo emparejaría con la actual situación mundial— deja al descubierto el carácter de los hombres, lo miserables que podemos llegar a ser cuando peor están las cosas. El film no habla de la bondad del ser humano en su primer tercio, al contrario, lo despelleja sin ningún tipo de concesión, dibujando el mundo adulto como un mundo lleno de envidias, celos y traiciones en el que nadie se salva de la quema. Como posible salvador o redentor de algunas de esas pobres almas, un reverendo que en realidad es un asesino, el cual utiliza la imagen de Dios para ganarse la confianza de los ignorantes y débiles. Sinceramente dicho retrato no es del agrado de nadie. En cualquier caso el tramo final del film, con la gran Lillian Gish en escena, aquel se torna cuento de hadas y alude al lado más humano de las personas y al hecho de que a un ogro hay que enfrentarse siempre, cueste lo que cueste. Y resistir.

‘La noche del cazador’ es una obra maestra por muchos y diversos motivos —entre otros, un guión atrevido, una puesta en escena de lo más arriesgada, con un trabajo de fotografía por parte de Stanley Cortez que es la perfección absoluta, e interpretaciones inolvidables—, pero lo que aquí nos importa hoy es Robert Mitchum —quien curiosamente tuvo otro trabajo en el film, el dirigir a los actores infantiles, pues el actor tenía una gran mano con niños— y su composición de Harry Powell. Mitchum declararía años más tarde que esta era su película favorita de todas cuantas había interpretado. Muchos estamos de acuerdo y al propio actor podemos verle rememorando dicho personaje en el magnífico western ‘El póker de la muerte’ (’5 Card Stud’, Henry Hathaway, 1968), en el que el espíritu de Powell bucea sin disimulo alguno. Perfecto protagonista de una pesadilla —‘La noche del cazador’ tiene cierto tratamiento onírico intencionadamente—, representante de nuestro lado más oscuro y amoral —atención a la forma de establecer paralelismos entre una navaja y el miembro viril—, seguirá despertando fascinación en cada nuevo visionado. Porque el mal en el fondo nos atrae.

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Comentarios

  1. Comentario by Albertini - abril 10, 2012 04:25 pm

    Recuerdo haber visto la película una noche en la2 (creo que en el mítico cine club) y me impactó profundamente. Una fotografía excelsa, un guión que te mantiene en vilo, expectante y en general una maravilla

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  2. Comentario by Miquel Silvestre - abril 11, 2012 02:04 am

    Este sí que es un duro! Mola el Mitchum. Me encanta que se recuerde a tipos grandes.

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