Experiencias míticas

Sacha Baron Cohen, una provocación histórica

Abraham Lincoln, el 16º presidente de los Estados Unidos, era muy dado a los aforismos –y también a matar vampiros, pero eso es cosa de los blockbusters de verano y su capacidad para reinventar la historia–. Uno de mis favoritos es este: “Puedes engañar a todos algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todos todo el tiempo”. Está claro que en el momento de soltar su frase Lincoln no conocía a Sacha Baron Cohen. De conocerlo, puede que se lo hubiera pensado dos veces y, puede, hubiera ido al teatro en lugar de la noche que fue al teatro. Y cómo habría cambiado la historia entonces…

Sacha Baron Cohen es el alter ego real de, al menos, cuatro personajes de ficción cuya misión es poner la realidad patas arriba: Ali G, un rapero wannabe fue el primero en llegar; Borat, un reportero kazajo de bello imposible; Brüno, un über-fashionista austríaco teñido; y el general Aladeen, un dictador sin cortapisa y barba babilónica. Pero el personaje más fascinante es el que se esconde detrás de esas máscaras, el de verdad: un tipo culto, de cuarenta años clavados, judío practicante, el segundo hijo de Gerald, galés que regenta una tienda de ropa en Picadully, y Daniella, israelí. Un ex alumno del prestigioso Christ’s College de Cambridge que, para graduarse… en historia, claro, presentó una tesis sobre la implicación judía en el Movimiento por los derechos civiles de los años 60 en Estados Unidos.

Por suerte o por desgracia el mundo es mucho más pequeño de lo que parece. Y ahí está Kevin Bacon y su implacable versión cinematográfica de los seis grados de separación para confirmarlo. Resulta que un colega mío de Los Ángeles estudió en el mismo colegio que Baron Cohen. Era, es, unos cuatro años menor pero se conocían. Los dos coincidieron en el grupo de teatro de la escuela. Y James, mi amigo, aún no entiende cómo ese chico educadísimo, atento y no tan buen actor se convirtió en el último genio de la provocación. No es que fuera mal actor, me decía. Pero tampoco era tan bueno. Su genialidad fue dejar de intentar convertirse en un gran actor sobre las tablas y hacer del mundo real su escenario. Su primera parada,a finales de los años 90, fue en un show televisivo de Channel 4, ‘The 11 O’Clock News’. Un espacio en el que también debutó un tal Ricky Gervais. Ahí nacieron las primeras provocaciones-entrevistas de Ali G, Borat y Brüno…

Eso es lo que tienen las ideas geniales: son tan simples que parece imposible que alguien no las hubiera pensado antes. Pero lo de Baron Cohen no es tan sencillo. Ken Davitian, que en ‘Borat’ (2006) protagoniza junto a él una de las escenas de lucha más terroríficas de la historia del cine, me contó que él alucinaba con la capacidad de Baron Cohen de aguantar en el personaje. En el rodaje era habitual que la policía acudiera a ver qué pasaba. En más de una (y dos y tres) ocasiones, Borat acabó detenido. Y era Borat, no Sacha. En ningún momento decía que estábamos haciendo una película, que era un actor representando un papel. Eso, más que método, es obsesión. No es exigir que todo el equipo de rodaje se dirija a ti con el nombre de tu personaje o conducir un taxi para poder interpretar a un taxista… Eso es algo más ambicioso, es subvertir la realidad. Y sé que parte de ese genio es cosa de Larry Charles, su director, pero lo de Baron Cohen tiene mérito. Y bemoles. Porque él no hace distinciones. Ni que sea un late night de máxima audiencia en Estados Unidos, un colorista e imposible desfile de Agatha Ruiz de la Prada en Milán o la fila de butacas de una entrega de premios de la MTV en la que se sienta Eminem. Es hacer de la provocación tu santo y seña.

Pero su éxito es también su fracaso. Cada vez le es más difícil pasar inadvertido. La gente ha visto sus películas, sabe de su existencia. Y la provocación, entonces pierde su sentido. Por conocida, por preparada, porque el público está más pendiente de cazar las cámaras que de lo que está pasando. Y entonces ese gesto crítico, esa risa provocada por una situación cómica que en realidad saca a la luz nuestros prejuicios, nos quita la máscara y muestra quiénes somos y cómo vivimos, cae y se convierte en parodia, en gesto vacío. Por eso últimamente Sacha Baron Cohen se ha dejado ver más en un cine más seguro. Cierto, ya rodó con Will Ferrel –otro genio absoluto- la descacharrante ¡Pasados de vueltas’ (2006) y era la voz del rey Julien en la saga Madagascar, pero ahora rueda con Tim Burton o Martin Scorsese… aunque planta a Quentin Tarantino para poder cantar junto a Hugh Jackman y Russell Crowe en ‘Los Misérables’. Desde Peter Sellers –su actor favorito con toda lógica– la comedia no ha conocido un actor capaz de abrazar a su personaje hasta estrangularlo del apretón. Puede que sea un pequeña salida del escenario, una trama de guión en la que el personaje principal desaparece durante el segundo acto para reaparecer en el tercero a lo grande. Por eso espero con ganas el estreno de su última aventura, ‘El dictador’, porque yo todavía creo que puede dar una vuelta de tuerca más al género y, con suerte, provocarnos hasta rasgarnos las vestiduras. Puede que ya no necesite meter a Pamela Anderson en un saco: a servidor le tiene desde hace tiempo.

Así que, ¡Jak sie masz, Sacha!

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Comentarios

  1. Comentario by Jorge - mayo 15, 2012 04:44 pm

    Hola, una pregunta: ¿soy yo el único al que no le funciona el minisite de las 1001 experiencias al registrarse? me dice que corrija los datos sin marcarme ninguno incorrecto. gracias

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  2. Comentario by Men Expert - mayo 16, 2012 09:09 am

    Es un crack, flipé con Borat! de lo mejor que se pudo ver ese año

    Responder  
  3. Comentario by Miquel Silvestre - mayo 16, 2012 09:11 am

    Es un crack, flipé con Borat, de lo mejor que se pudo ver ese año.

    Responder  
  4. Comentario by Natxo Sobrado - mayo 21, 2012 09:59 am

    Pese a que muchas veces no lo aguante, Borat es un auténtico figura.

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