Experiencias inolvidables

La temporada televisiva 2012/2013 en siete pecados capitales


Llega el verano y el calendario de emisión de series que nos llegan de los Estados Juntitos afloja el cinturón. Lloramos por tener que decir adiós a alguna de nuestras favoritas, odiamos a las cadenas por cancelarnos otras de forma prematura y lincharíamos a algún que otro guionista por esos malditos cliffhangers. Pero también es momento de echar la vista atrás y valorar lo que ha sido la temporada y lo que hemos sido nosotros como espectadores. ¿Nos ha podido la soberbia? ¿Las cadenas han provocado nuestra ira? Confesiones pecaminosas, razón aquí.

Ira

Eh, que el seguidor de series es un ser iracundo por naturaleza: que si cambios de horario, que si cancelaciones, que si muertes prematuras… Un sufrimiento, vaya. Empecemos repartiendo odio hacia la ABC y el maltrato a dos de sus comedias. ‘Happy Endings’ hace tiempo que había perdido un poco el norte, pero ‘Don’t trust the bitch in apartment 23’ era de las sitcoms más frescas de los últimos años, con una protagonista que hacía honor a su título y un James Van Der Beek que está haciendo carrera de reírse de sí mismo.


Constantemente vemos cómo actores que le deben todo a una serie deciden abandonarla para perseguir su carrera en otros lares generalmente alejados de la televisión. El último de estos mamarrachos ha sido Dan Stevens, que interpretaba a Matthew Crawley en ‘Downton Abbey’ y cuya marcha ha forzado a los guionistas a entrar en terrenos pantanosos. Otro que se ha marchado (eufemismo) de su serie ha sido Dan Harmon, que ha dejado ‘Community’ en pañales. En este caso mi ira no va hacia Harmon en particular, sino hacia los guionistas que no han sabido mantener el nivel, convirtiendo los episodios en un pastiche repetitivo y sin gracia de lo que la comedia solía ser.

Pereza

La oferta televisiva es inabarcable. Siempre me gustó ver lo máximo posible, por formación, por interés, por estar al tanto… Pero todo tiene un límite. Basta de inercia y de cuartelillos; sólo series que me hagan feliz. ¿Consecuencia? La pereza se ha apoderaba de mí cada vez que pensaba en otro episodio de ‘American Horror Story’. Roncaba despierta sólo de pensar en seguir con ‘Revenge’, darle otra oportunidad a ‘Once Upon a Time’ o superar la decepción inicial que tuve con ‘House of Cards’. ¿Resultado? Todas en la papelera y con un ignore bien gordo marcado en mi imprescindible agenda virtual de visionados.

Lujuria

Ya sabemos que los hombres en el mundo audiovisual hollywoodiense suelen cumplir unos requisitos mínimos de atractivo a veces algo irritantes, así que las series están pobladas de muchachos de buen ver. Pero esta temporada ha habido uno que los ha atado a todos en las tinieblas: Stephen Amell, el arquero vengativo de ‘Arrow’. El tío prometió que se iba a quitar la camiseta en todos los episodios y oye, así en general lo ha cumplido. Por mí, que siga poniéndose fuertote en su zulo-gimnasio.

También hay mucho macho en ‘Juego de Tronos’. Y variado. Están los obvios Robb Stark o Jaime Lannister, que entran dentro de la categoría del atractivo desaliñado que puso de moda Aragorn. Pero tampoco echaría de mi cama a Jorah Mormont a pesar de que podría ser mi padre, ni a Gendry, que por mí que le sanguijuelen la sangre en todos los episodios. Y bueno, Jon horchata en las venas Nieve de primeras no me llamaba, pero después de ver lo bien que se le dan los preliminares, quizá me lo piense.

Envidia

Esta es difícil, pero he encontrado la forma de darle la vuelta. ¿Sabéis qué envidio? A esas sitcoms a las que nadie le pide que sean más de lo que es. Esas de las que sólo se espera que sean divertidas en el día a día, sin grandes alardes ni giros sorprendentes. Cierto es que ‘Cómo conocí a vuestra madre’ es la primera culpable de alimentar el misterio de la identidad de la madre con flashbacks, flashforwards, tobillos y paraguas, como si aquello fuera ‘Lost’, pero el espectador lo ha llevado a un punto en el que el final de ésta temporada se ha percibido (y criticado) como la mayor revelación del universo universal de las series de la última década. Es envidia que conduce a la ira. Al final todo conduce a la ira, aunque no voy a cortar la cabeza de nadie para probarlo.

Gula

Una de las características más llamativas y divertidas de destacar en ‘Hannibal’ es su habilidad para que se te haga la boca agua en todos los episodios sin importar ese universo enfermizo y opresivo en el que se mueve. Es gore y nos enseña a Lecter almacenando sus pulmones y corazones humanos como si de nuestra abuela congelando la carne picada se tratase, pero es verle emplatar esas creaciones culinarias gourmet y las tripas rugen. Por cierto, que el asesor gastronómico de la serie es Jose Andrés ¿eh? Arte ehpañó.

Luego están las opciones gulosas obvias: los programas de cocina. Televisión Española está emitiendo ahora su versión de Masterchef y me pasa lo mismo que cuando veo la de Gordon Ramsay o el otro concurso culinario que sigo, ‘Top Chef’: aprovecho para cenar o comer mientras los disfruto, por aquello de no sufrir demasiado, y me deprimo viendo esos platazos al lado de mi triste tortilla francesa con queso.

Pero además hay otro tipo de gula menos literal, la televisiva. La ilustro directamente con ‘Psycho-Pass’, anime de la temporada de otoño japonesa cuya segunda mitad me ventilé en media semana. 12 episodios en apenas unos días. Lo mismo me ha sucedido con ‘Hemlock Grove’, una de las producciones propias que Netflix ha estrenado este año. Este drama fantástico de misterio ha acabado resultando una propuesta vacía y efectista, pero el envoltorio era tan bueno y aprovechaba tan bien el hecho de que Netflix pone a disposición todos los episodios de sus series desde el primer día, que consigue enganchar como una condenada. Gula. Gula de saber, de entender algo de esa maldita serie.

Soberbia

La soberbia seriefila es inevitable, sobre todo cuando viene impulsada por la ira, siempre la ira. Porque qué queréis que os diga, da rabia que buenas series acaben en el foso por no tener audiencia mientras otras que uno considera prescindibles siguen año tras año. Y a veces es inevitable caer en el argumento de que no está hecha la miel para la boca del asno. Desde todos los prismas posibles. Desde el defensor a ultranza de ‘Girls’ que no comprende cómo alguien puede pasar por alto tal frescura de serie (aunque la segunda temporada haya ido un poco a la deriva en su último tramo) hasta el que desprecia a aquellos snobs que rechazan por defecto cualquier título que huela a simple entretenimiento simpático o que se acerque a dos kilómetros del género reality.

Todos pecamos de soberbia cuando se trata de algo que nos gusta y que creemos que los demás no saben apreciar por lo que es. Lo simpática que resulta ‘Bunheads’, lo perfecta que es la mamarrachada de ‘Drop Dead Diva’ para el verano o lo increíblemente constante que es ‘Modern Family’ en su calidad. Y luego está la soberbia negativa: lo mediocre que es una de las series más vistas del año (‘The Following’) o lo vacía que está una miniserie británica que enamoró a todos con sus colores saturados y su cinemascope (‘Utopía’). Hola qué tal, aquí estoy, haciendo amigos.

Codicia

Qué cara es la vida del coleccionista de hobbies (os mola mi eufemismo ¿eh?). Compraríamos Amazon entera si tuviésemos la oportunidad. Hay programas que nuestras tarjetas de crédito nos prohibirían ver cual estricta madre. ‘Comic Book Men’ es un buen ejemplo, un docurreality que tiene lugar en una tienda de cómics y productos derivados de la que Kevin Smith es dueño. Todos esos comics, todas esas figuritas de ediciones especiales, ilustraciones, réplicas a tamaño real… no falta de nada. Bueno, sí. Dinero.

El otro tipo de codicia teléfila tiene algo más que ver con el disfrute y la calidad de lo que vemos. Estoy harta de tener que esperar años para ver una temporada nueva de ‘Miranda’. Seré una avariciosa, pero no quiero seis episodios de 20 minutos por temporada; si van a tardar tanto en volver, al menos que trabajen un poco y nos den entregas de 30 capítulos, un poco de porfa plis.

Como con ‘Shameless’ o ‘Juego de Tronos’. Una te incita a querer más porque con su frenetismo te confunde y cuando te has dado cuenta, la temporada se ha pasado volando y toca esperar un año. La otra porque por mucho que le torturo semanalmente para que me diga la verdad, mi reproductor sigue insistiendo en que los episodios de ‘Game of Thrones’ duran 55 minutos. ¿Seguro que no duran 20? En cualquier caso, ¡basta ya! ¿No se usa el término sensación térmica? Empecemos a emplear la sensación temporal para medir la duración de los episodios.

¿Y vosotros? ¿Cómo han sido vuestros pecados capitales seriéfilos?

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Comentarios

  1. Comentario by Petete - junio 03, 2013 06:41 pm

    Mi mejor pecado: haber visto las series españolas. Eso supera cualquier tortura.

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