Experiencias míticas

David Fincher, el bromista del pánico

La primera regla del Club de la Lucha es: Nadie habla del Club de la Lucha. La segunda regla del Club de la Lucha es: Ningún miembro habla sobre el club de la Lucha. Y listo, que no quiero venderos ninguna pastilla de jabón: quiero desafiaros, hasta que griteis basta, desfallezcais o hagáis una señal, a que hablemos de uno de los directores más divertidos de nuestro tiempo: David Fincher.

Sí amigos. Ese David Fincher. El director de las 50 tomas por plano. Neurótico. El heredero de Stanley Kubrick. Antisocial. Casi psicótico. Uno de mis directores de cabecera, capaz de, en este orden, dirigir el Vogue y el Express Yourself de Madonna, sobrevivir a una trecuela condenada, cumplir los 30, sacarse de la chistera un giro copernicano en el cine de psycho-killers para, 12 años después, firmar el retrato definitivo de la obsesión, Zodiac.

Pues añadid un atributo más: David Fincher es un bromista. Y que sirva de ejemplo la respuesta que dio a un periodista incauto que le preguntó, hace un par de años, si se planteaba rodar una segunda parte de Se7en: Antes me dejaría meter un cigarrillo encendido en el ojo. O como contaba, a la manera de un chiste, cómo empezó a ver cine gracias a su padre: ¿Cómo? ¿Que no has visto aún La ventana indiscreta? ¡Papá, tengo 4 años!

O esta confesión a Charlie Rose de uno de sus actores fetiche, Brad Pitt. Puede que fuera cosa de la campaña pro-Oscar de El curioso caso de Benjamin Button. Puede que fuera para no dejar en entredicho a Chuck Palahniuk (ojo: el autor de El Club de la Lucha). El caso es que Pitt y Fincher, en un viaje a México para celebrar la llegada del año 2000, planearon esta broma para aprovechar la psicosis milenaria y, seguro, echarse unas risas: cortar la corriente del resort, hacer llegar una patrulla de policía armada hasta los dientes, esposar al colega y subirlo al coche acusado de tráfico de drogas y llevarselo lejos. Fue una de las mejores actuaciones de mi vida, ríe Pitt. Y sin cámaras.

Este (a veces retorcido) sentido del humor no es ni definitivo ni definitorio de Fincher, es decir: no es ninguna piedra Rosetta que ilumine una nueva interpretación a su filmografía pero si nos da una perspectiva complementaria. Saber que, de chico, arrojaba bajo las ruedas de los coches que pasaban por la carretera muñecos bañados de ketchup y con carne picada pegada puede hacer más o menos gracia – lo que es seguro es que no determina ni su estilo ni su cine. Cosas de chavales… Aunque seguro que ahora iremos a ver su Millennium 1: Los Hombres que no Amaban a las Mujeres y veremos algo más. Y solo diré una cosa. Bueno, un par: nunca encontraréis mejor momento para escuchar a Enya.

Y terminamos con otra anécdota que, según cuenta Aaron Sorkin (guionista de La Red Social) a Fincher no le afectó en absoluto. En todo caso, le libró de tener que dar un discurso. Seis horas después de perder el Oscar a Mejor Director del año pasado frente a Tom Hooper, Fincher envió a Aaron Sorkin un mail con el discurso de agracedimiento que no tuvo ocasión de leer en la gala. El texto empezaba así: Por fin hemos dado respuesta a la pregunta: ¿En qué se parece un huevo a una castaña? (Bueno, la traducción es mía, el discurso, en inglés, empezaba así: We’ve finally answered the question, ‘Apples or oranges?’…). Eso es sentido de la deportividad, del humor y de la perspectiva. Lo que no sé es si, dentro de unos años, miraremos atrás y seremos nosotros los que nos diremos ¿Cómo? ¿El discurso del Rey le ganó el Oscar a la Mejor Película a La Red Social? Y no será una broma, no.

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Comentarios

  1. Comentario by Mario - enero 16, 2012 12:48 pm

    ¡Qué gran post, me gustó mucho!

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