Experiencias míticas

El Angolazo: el día que el baloncesto español tocó fondo

Aquello fue un batacazo en toda regla. Sería atrevido hablar de sorpresa absoluta, ya que había algunas señales inquietantes, pero ni el más pesimista se esperaba un desastre de tal magnitud. Es cierto que, pese a la expulsión de Yugoslavia a raíz de la Guerra de los Balcanes, soñar con una medalla quizás fuera apuntar demasiado alto, pero nadie contaba con hacer el ridículo.

Esto que se dio en llamar el Angolazo ocurrió el 31 de julio de 1992, en los Juegos Olímpicos de Barcelona, el extraordinario acontecimiento donde el deporte español debía mostrarse al mundo en todo su esplendor. Huelga decir que el baloncesto no estuvo a la altura de la cita.

La edad de oro

El problema, en parte, fue que veníamos de donde veníamos. El baloncesto español había tocado el cielo ocho años antes con la medalla de plata en Los Ángeles. Los Fernando Martín, Epi, Corbalán, Solozábal y compañía habían conseguido enganchar a una legión de españoles que trasnocharon para ver la épica victoria en semifinales, contra la Yugoslavia de Delipagic y los hermanos Petrovic, y la gran final frente a los Estados Unidos de Jordan, Mullin y Ewing. El baloncesto se puso de moda y llegó a comerle terreno al fútbol. Eran los ochenta.

Sin embargo, la plata de Los Ángeles no terminó de tener continuidad y España fue cayendo en un lento declive. El Mundobasket jugado en casa en 1986, el que debía suponer el espaldarazo definitivo, se saldó con un agridulce quinto lugar. Las decepcionantes actuaciones en los Juegos de Seúl 88 (8º puesto) y el Mundial de Argentina 90 (10º) encendieron la luz de alarma, pero el seleccionador Díaz Miguel repetía sin cesar que todo entraba dentro de los planes, que el objetivo era llegar en plenitud a Barcelona, brillar en los primeros Juegos que habían de disputarse en suelo patrio. Para ello era necesario, afirmaba el seleccionador, asegurar el relevo generacional en detrimento de los resultados inmediatos. Barcelona era nuestra Ítaca. La balsámica medalla de bronce conseguida en el Eurobasket de Roma, en el año previo a los Juegos, hizo pensar que, después de todo, quizás Díaz Miguel tuviera razón y todo fuera parte de su plan.

El horror

Así que a Barcelona se llegó con toda la ilusión del mundo, pero con bastante incertidumbre. La elección de Epi como último relevista de la antorcha contenía, en parte, un reconocimiento hacia el baloncesto como deporte de referencia del país. El cacareado relevo generacional se había producido solamente a medias y, pese a la aparición de Herreros y los hermanos Jofresa, eran Epi, Biriukov, Villacampa y Andrés Jiménez los que seguían acaparando liderazgo. El tropezón inaugural contra Alemania fue paliado con una trabajada victoria ante la Brasil de Oscar Schmidt. La posterior derrota ante la Croacia de Petrovic era esperable. No así lo que sucedió después.

Y lo que ocurrió fue fundamentalmente que contra Angola todo lo que podía salir mal, salió peor. España jugó un partido infame, desarbolada en todo momento por el desconocido equipo africano. El pívot Jean Jacques Conçeiçao, que jugaba en el Benfica portugués, nos parecía aquel día el mismísimo Hakeem Olajuwon. El doloroso 64-84 final habla a las claras de lo que fue aquello. El horror, ni más ni menos. ‘No tenéis perdón de Dios’, tituló su crónica la revista especializada Gigantes del Basket. España quedó fuera de la lucha por las medallas y terminó peleando por el noveno puesto contra la propia Angola, logrando una pírrica y triste revancha en un final de partido ensuciado, para colmo, por una fea tangana.

Barcelona era una fiesta

El baloncesto, que poco antes había sido el cisne del deporte español, se había convertido en el patito feo. España, acostumbrada a bastarse prácticamente con los dedos de una mano para contar sus medallas olímpicas (dos en Montreal, seis en Moscú, cinco en Los Ángeles, cuatro en Seúl), vivía como en un sueño una lluvia de medallas sin precedentes. Un día era el ciclismo, otro el hockey, al siguiente la natación, el judo, el atletismo, la vela o el boxeo. Hasta el fútbol se apuntó al festín. 22 medallas (11 de oro) fue el saldo definitivo.

El deporte español estaba viviendo una orgía y el baloncesto se se tenía que conformar con ejercer de mirón. Muy duro. Todo ello, además, en los Juegos en los que el deporte de la canasta acaparaba todos los focos con la presencia del Dream Team de Magic, Jordan, Bird, Ewing, Stockton, Barkley y compañía.

El Chinazo como epílogo

Se había tocado fondo, o al menos eso parecía en ese momento. Díaz Miguel fue inmediatamente destituido, después de 20 años en el cargo, en medio de furibundas críticas. Al año siguiente, ya con Lolo Sainz en la dirección, la selección fue quinta en el Eurobasket de Alemania. Algunos quisieron ver brotes verdes en esa actuación. La realidad se encargó de desmentir a los optimistas. La humillante derrota contra China en el Mundobasket de 1994 supuso una una nueva catástrofe, un nuevo paso hacia el abismo. Dos años después del Angolazo, llegaba el Chinazo.

Aunque el resultado no fue tan abultado, lo de China no fue mucho mejor que lo de Angola. La diferencia es que ya no sorprendió a nadie. Estábamos instalados en la mediocridad y se empezaba a asimilar el nuevo papel. Quedaban ya lejos los días de gloria. Cinco años después, unos chavales españoles ganaban el Mundial junior venciendo en una apasionante final a Estados Unidos. En ese grupo había unos cuantos jovenzuelos a los que no se les daba nada mal lo de meter canastas. Allí estaban un tal Pau Gasol, un tal Juan Carlos Navarro, un tal Felipe Reyes, un tal Raúl López…

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Comentarios

  1. Comentario by Deportes extremos que podrían ser olímpicos - agosto 13, 2012 04:23 pm

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