Experiencias míticas

El día que Tormenta dejó de ser una diosa

Envuelta entre sábanas blancas que resaltan aun más si cabe su piel de color ébano, Ororo Munroe, alias Tormenta, no quiere salir de la cama. O si quiere no puede, o viceversa… no encuentra fuerzas ya que todo lo que era, todo lo que una vez fue se ha desvanecido. Érase una vez una mujer que podía volar y cuyos poderes sobre el clima la llevaron a ser considerada una diosa. Era una diosa, ahora no es nada.

Eso son los pensamientos de una Tormenta deprimida, envuelta entre las sábanas de un apartamento ajeno en Dallas. Allí, aunque lo intente, no puede dejar de pensar en su vida y en cómo la tragedia ha rodeado a su origen. Ororo Munroe nació en un piso muy humilde en el Harlem neoyorquino, en la esquina entre Amsterdam Avenue y la 121. Apenas tiene recuerdos de aquel hogar ya que solo tenía seis meses de edad cuando sus padres decidieron mudarse a Egipto.

Su madre, N’Dare, era una princesa keniana y su padre, David, un reportero gráfico que reunió valor para pedirle una cita a una imponente mujer. David y N’Dare se mudaron a El Cairo, donde seguiría ejerciendo de fotógrafo. Sin embargo Oriente Medio siempre ha sido un polvorín y cinco años después se encontraban con una guerra cruenta. Los aviones bombardeaban toda la zona y antes de salir a buscar refugio la casa se derrumbó. Ororo, de cinco años de edad, había presenciado la muerte de sus padres bajo los escombros.

De repente se había quedado huérfana y, una vez logró salir de los escombros (que le causarían una claustrofobia que no ha superado con el paso de los años), también sola. No tenía a nadie a quien acudir, nadie que cuidara de ella y eso en una ciudad como El Cairo (como cualquier otra capital) era poco menos que una condena. Ororo vagabundeó por las calles, intententando sobrevivir como pudo hasta que fue acogida por Achmed el Gibár y reclutada para su ejército de ladrones. Así Ororo fue entrenada como ladrona. Sus hábiles manos y su destreza la hacía una carterista ideal… incluso había llegado a robar, sin saberlo, a un Charles Xavier que andaba en busca de respuestas, aunque esa búsqueda es otra historia.

Cuando Ororo cumplió doce años algo se movió dentro de ella. Sentía que necesitaba un cambio de ambiente. Ella estaba destinada a ser algo más que una ladrona. Así recorrió miles de kilómetros hasta llegar al Serengueti. Había llegado a Kenia, había llegado a su hogar. Allí se instaló, se desarrollaron sus poderes sobre el clima y ayudaba a las tribus de la zona. Los habitantes de aquella zona la consideraban una diosa, y así la trataron y cuidaron… y Ororo se consideró a sí mismo de esa manera.

Tormenta y la Patrulla-X

Años después un Charles Xavier desesperado ante la desaparición de la Patrulla-X original había ido a verla, a reclutarla. Xavier le ofrecía a Ororo un cambio de vida: abandonar su idílico paraíso y regresar al “mundo real”, empezar a usar sus poderes de forma responsable ofreciendo sus dones a un mundo que seguramente la perseguiría por ser diferente. Ella aceptó, y con los X-Men tuvo muchas experiencias. Algunas mejores y peores pero todas, triunfos y tragedias, la forjaron poco a poco.

Se convirtió en líder de la Patrulla-X tras la muerte de Jean Grey y la marcha de Cíclope; se convirtió en mentora (y casi en una figura maternal) de la recluta más joven, Kitty Pryde; luego conoció a los Morlocks, mutantes deformes que viven en los túneles bajo Manhattan, cuyo liderazgo consiguió en combate a muerte (aunque no mató a Calisto)… Pero lo que la cambiaría fue la experiencia con el Nido. El combate final contra los eslizoides, aquella pesadilla tipo “Alien”, provocó en ella una transformación. Se acabó la Tormenta optimista, no más color… ahora todo para ella era oscuro.

Exteriormente esa nueva filosofía de la vida se transformó en un rapado “tomahawk” y en un look punk que enfuerecería a Kitty. A Ororo no le importaba lo que pensara los demás, no es la misma Tormenta que aterrizó por primera vez en la Escuela Xavier. Sin embargo no sospechaba que al poco tiempo dejaría de ser Tormenta. Fue una noche fatídica. Las fuerzas especiales tenían una consigna: neutralizar a Pícara para detenerla por sus crímenes pasado. Para ello Henry Peter Gyrich usaría un arma ingeniada por el mutante Forja diseñada para neutralizar los poderes mutantes. La fortuna quiso que el disparo impactara sobre Tormenta.

Y ahí está, tumbada en la cama, en posición fetal. Sin poderes, sin ganas de vivir… sin nada. Acogida por un Forja que no ha reunido fuerzas para confesarle que la ama y menos aún para decirle que es quien creó su mayor desgracia. De momento se limitará a cuidar a Ororo, si ella se deja. Así pasarán los días, hasta que se produzca la revelación y el posterior conflicto. Tras lo inevitable Ororo iniciará un viaje en busca de sí misma, repetirá el éxodo que realizó cuando apenas tenía doce años. Irá a la tierra madre, a sus orígenes, en un viaje que casi acaba con ella pero que purgará su espíritu, renovando de nuevo a Tormenta… fortaleciendo a Ororo en todos sus sentidos. Los poderes volverán eventualmente, pero su experiencia ha hecho que sean secundarios.

En 1001 Experiencias | Bane, la pesadilla de Batman
En 1001 Experiencias | Spiderman, tu amistoso vecino

Comentarios

  1. Comentario by angel - agosto 30, 2012 10:23 pm

    hey fantastico tu escrito. los X-MEN son mis super herores favoritos. si tienes algun blog donde escribas deberias recomendarlo estaria interesadio en leer mas de esto…! saludos desde venezuela

    Responder  
  2. Comentario by The Walking Dead, el cómic de la serie de la televisión y Rick Grimes - febrero 12, 2013 10:22 am

    [...] 1001 Experiencias | El día que Tormenta dejó de ser una diosa En 1001 Experiencias | El mito de Daniel Day [...]

    Responder