Experiencias míticas

Paul Newman, un indomable con salsa

Uno de mis primeros shocks cinéfilos cuando llegué a los Estados Unidos no se produjo ni en un estudio –que los hubo y ya habrá tiempo de hablar de ello- o tropezándome por la calle con alguna estrella –que también, pero hoy no toca-. Fue en un supermercado. Imaginaos: un cruce entre ese hit tróspido que es ‘Experiencia religiosa’ del hijo de Julio y el himno de la Alaska pre-reality Vaqueriza ‘Horror en el Hipermercado’. ¡Claro que sabía que Francis Ford Coppola tenía viñedos! Por supuesto que Paul Newman había lanzado una línea de salsas con su nombre! Pero de saberlo a toparte con ellos, es decir, con su Cabernet Sauvignon o su salsa de yogurt, hay un trecho. Como los interminables lineales en mi supermercado de Westwood: mil salsas, mil vinos. Y con sabor a cine.

Ya entonces, ese curioso fenómeno me llevó a una reflexión. Dejemos a un lado a Francis y al clan Coppola. Dentro de unos años puede que la gente conozca a Paul Newman como ese tipo que sale dibujado en las salsas de tomate y que, antes, hacía cine. ¡INFAMIA! Exageras, me diréis. Puede que sí. O puede que no. Un ejemplo: Para muchos de mi generación Teresa Rabal tenía un padre que era actor. Sí, Paco Rabal. El tío abuelo de Liberto. ¿Quién se acuerda hoy de Paco, Teresa o Liberto? Me diréis que no es lo mismo, que no se puede comparar la carrera de uno y de otro (¡Protesto!); que uno era una estrella de dimensiones universales y el otro, como mucho, continentales (¡Protesto! Están coaccionando al jurado). No sobredimensiono el poder del paso del tiempo, valoro en su justa medida nuestra capacidad de olvido.

Pero no. Estoy siendo injusto y tendencioso. Es imposible olvidar la mirada más azul del cine. Más aún si iba a juego con una de las sonrisas más seductoras vistas nunca en pantalla.” Tengo una cara que la gente no asocia con la de un ladrón aunque si, un día, despertase con ojos marrones, mi carrera se iría a pique”, decía a modo de justificación pese que, a veces, esa mirada fuese motivo de más de una disputa, especialmente cuando le pedían que se quitara las gafas de sol. “No hay cosa, se quejaba, que te haga sentir más como un objeto, es como si uno se acerca a una mujer y le dice: Desabróchese la blusa que quiero mirarle las tetas”.

La mejor metáfora para entender a Newman puede que sea el coche con el que fue de Connecticut (“Yo no tenía vocación de actor, huía de un futuro en la tienda de mis padres”, dijo) a Nueva York para, en los primeros años 60, brillar en los escenarios de Broadway con ‘Dulce Pájaro’ de Juventud, de Tennesse Williams. Newman, ya un amante de la velocidad y la gasolina hizo que su mecánico cambiara el motor de su viejo Volkswagen por el de un Porsche. Ahí queda eso: mitad Porsche, mitad Escarabajo. Mitad héroe, mitad tipo corriente. A veces las estrellas lo son porque son aquello que nunca seremos. Otras, como en Newman, lo son porque reúnen todo aquello que desearíamos ser. Y, como tantas otras figuras, su carrera estuvo a punto de terminar antes de empezar. O justo después de hacerlo.

Su debut en el cine, tras su paso por el teatro, fue con ‘El cáliz de plata’ (1954). Y no pudo ir peor. El film era un péplum típico de los 50 pero en lugar de Victor Mature, era Newman el que lucía piernas. Las críticas fueron durísimas y él, lejos de encerrarse, las aceptó. Más aún, publicó un anuncio en la prensa especializada en el que pedía perdón por su mala interpretación, recomendaba a la gente no verla y pedía una nueva oportunidad para demostrar su valía. Dos años después encauzó su carrera con refrendó ‘Marcado por el odio’ (1956), a la que llegó tras la muerte de James Dean, fallecido poco antes de comenzar el rodaje. Después llegarían los títulos que todos conocemos, su Buscavidas, el tándem con Robert Redford, el Oscar, 20 años tarde, de la mano de Martin Scorsese… Pero es otro el aspecto que, hoy, me interesa más.

Paul Newman, James Dean, Marlon Brando. Compañeros de estudios, rivales en cástings, sucesor de uno y confundido con el otro –”Debo haber firmado más de 500 autógrafos a gente que me confundía con Marlon. Me gusta pensar que a él le pasaba pero al revés, aunque sé que no”-, los tres, mas Steve McQueen, forman el póker de estrellas salidas de la primera hornada del Actor’s Studio de Lee Strasberg. Newman, que una vez se definió como un republicano emocional que fue derivando hacia otras posiciones políticas, fue uno de los que se unió a Martin Luther King Jr. en la Marcha sobre Washington de agosto de 1963. Con él, es cierto, estaban también Brando o el por entonces demócrata convencido Charlton Heston. El único que, años después, entraría a formar parte de la lista de potenciales enemigos peligrosos de Richard Nixon fue, sin embargo, el tipo de la mirada prístina, el de los ojos azules. Y es que estaría metido en el negocio de las salsas -ojo, que destinaba todos sus beneficios a ayudas y beneficiencia–, pero Newman tenía claro que no era guarnición de nadie: plato principal. Y de cinco tenedores. Puede que en el cine tuviera que tragarse 50 huevos duros para demostrar que tenía casta de invencible. Fuera del alcance de la cámara no le hacía falta. Melvyn Douglas, en ‘Hud’, donde interpretaba a su padre, sintetizaba de la mejor manera el objetivo de este post: ‘Los países cambian, poco a poco, para parecerse a la gente a la que se admira’. Tomémoslo como un aviso para navegantes. Por cierto, mi salsa Newman preferida era (es) la marinara.

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Comentarios

  1. Comentario by Mario - marzo 27, 2012 09:54 am

    ¡Todo un fuera de serie, el señor Newman!

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  2. Comentario by Los viajes de Preston Sturges - abril 17, 2012 10:01 am

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