Experiencias inolvidables, Sin categoría

Un día eterno y una noche sami, sin adiós

Visitar Suecia ya supone un viaje hacia fronteras cargadas de historias y desafíos. Una tierra extraña y diferente a nuestro entorno habitual, tan latino y mediterráneo. Y cuando se planteó la posibilidad de ir un poco más allá, no lo dudé un instante.

Este verano tuve la oportunidad de volver a una Suecia diferente a la que había pisado anteriormente. Entraría al país por una ciudad casi 800 kilómetros más al norte, muy cerca el Círculo Polar: Skelleftea. Y a partir de allí, sería internarme en la naturaleza y las costumbres de una tierra de nombre mítico: Laponia.

Entre las posibilidades que se me presentaron estaba la de pasar un día completo y dormir en un poblado sami, más al norte aún, en el corazón del bosque de Laponia. ¿Cuánto tardé en apuntarme? Medio segundo. ¿Cuántas oportunidades de este tipo se nos presentan? Tomar contacto, acercarse a una cultura ancestral y personalísima y aprender de la experiencia. Y allí fui.

Dos horas más de autobús, siempre hacia el norte e internándonos por carreteras impecables y desiertas, con la sóla compañía de extensiones inabarcables de bosques de abedules y pequeños pueblos, entre lagos de cuento. Nuestro destino era un antiguo poblado sami, cerca de las montañas que señalan la frontera con Noruega, habitado desde hace más de 300 años por sucesivas generaciones de familias sami que pasaron allí cada verano, para migrar hacia la costa del Báltico para pasar el invierno con un clima “más benigno“.

Antes de viajar, me interioricé un poco sobre el pueblo sami y así me enteré que el apelativo de “lapón” tiene un alto significado peyorativo para este pueblo. Por lo tanto, cuando Lotha salió a recibirme, toda sonrisas y chispas en sus vivaces ojos azules, me cuidé mucho de llamarles siempre “sami“. Esa pequeña mujer, de fácil conversación y curiosidad innata, me acompañó por el poblado donde ella y sus padres, y sus abuelos y bisabuelos se criaron y vivieron.

El poblado había sido habitado hasta hace poco sólo por 2 familias y sus descendientes, y la mayoría de sus integrantes desconfiaban de la presencia de “gente del sur” después de una larga historia de explotación y promesas incumplidas. Me lo contaba mientras caminábamos por una pasarela de madera que construyera para permitir el acceso de visitantes en sillas de ruedas, y para que el tráfico multplicado no dañara la tierra que les cobijara desde hace tantos años.

Lotha me mostró con indisimulado orgullo las construcciones de madera que forman el poblado. Las gahtie o casas familiares, los ajtte o depósitos que guardan lo más importante de un año para el otro y los njalla que se construyen para guardar la comida durante el día cuando la familia se iba con los renos al bosque. Hoy en día las familias viven en casas convencionales y ya no se internan en el bosque a pie arriando miles de renos, sino en motonieves, 4×4 o helicópteros, pero sus vidas siguen unidas íntimamente a sus renos.

El ritmo del día, la sucesión de las estaciones del año están definidas en función del momento de la vida de los renos: cuando se aparean, cuando gestan, cuando paren, cuando mudan su piel, cuando cambian la cornamenta, cuando buscan pastos frescos. Y los renos, por tan abundantes y cercanos, se confunden con el paisaje que rodea al poblado sami. Te olvidas de ellos casi tan rápido como ellos comienzan a ignorarte.

La cena fue una larga charla de estas dos mujeres tan distintas y tan iguales en sus intereses: la cultura, los hijos, la educación, el medioambiente, los horizontes. Mientras Lotha asaba la carne de reno y de alce en un cuenco de hierro fundido sobre el fuego, las preguntas se sucedían de uno y otro lado. Sentadas sobre un largo banco rodeando el fuego, nuestros platos de madera de abedul se llenaron de la comida típica que fuera base de su alimentación durante generaciones: carne asada y crema de leche de rena mezclada con frutos rojos.

Cuando se suponía que empezábamos a vivir “la noche sami“, cruzamos el lago sobre una plataforma de madera atada a ambas orillas, hasta el bosque de enfrente. Desde allí, sentadas sobre una piedra mohosa, vimos el sol de medianoche acercarse al horizonte, para jugar con él un rato y esconderse por un par de horas dejándonos su luz dorada. Era momento de ir a dormir.

Mi gahtie era octogonal, de las que solían habitar las familias con 3 o 4 hijos. Íntegramente construida en madera de abedul y separada de la tierra por una capa de aire, la cabaña era inesperadamente acogedora. Una abertura en el ángulo del techo permitía escapar los humos de la hoguera que pronto encendimos sobre una enorme laja negra. Toda la superficie estaba cubierta por varias capas de pieles de reno. Más de 60 animales me rodearon toda la noche y me dieron el colchón suficiente para dormir como en el mejor hotel.

Por la mañana, un sol tempranero se colaba por las rendijas de la puerta. Lotha había dejado una canasta con un desayuno que no podría calificarse como “buffet” pero en las circunstancias que me rodeaban, me pareció igualmente apetecible: el típico pan sueco circular y sin miga, manteca de reno, mermelada casera de frutos rojos y un termo con ese café espeso, terroso y hervido que sólo en Laponia me llevaría a la boca.

Después de todo, estaba allí para vivir algo diferente. Caminé sola por el borde del lago, esperando que no llegara la hora de irme, queriendo grabar cada tono dorado, llevarme cada pájaro suspendido en ese inmenso cielo azul, guardarme cada silencio o murmullo de hojas. Todo era demasiado perfecto. Tendría que volver a vivir la cara invernal de la Laponia sueca.

Lotha no me esperaba para despedirnos. Los samis no creen en los adioses.

Imágenes | María Victoria Rodríguez

Comentarios

  1. Comentario by Sandra - noviembre 08, 2011 03:53 pm

    Una nota muy interesante e ilustrativa de tus sensaciones de una experiencia única, en un lugar increíble….totalmente acosejable para los amantes de la naturaleza e interesados por otras culturas. Me gustó mucho lo de la despedida, a quien le gustan?

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  2. Comentario by Cómo viajar al Cabo Norte, el confín de Europa - junio 30, 2012 10:03 am

    [...] en la Europa meridional y vuelas hacia el día eterno. Si hace unos meses vivimos el Sol de Medianoche sueco, en esta oportunidad veríamos el sol sobre el mar durante 24 horas sin esconderse [...]

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  3. Comentario by antonio - febrero 28, 2014 01:20 pm

    Ahora estoy intentando vivir una experiencia inexplicable en esta tierra extraña peto al mismo tiempo tu ya desde muy dentro de tu ser

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