Experiencias extremas

Velocidad, músculos y esteroides: Lewis y Johnson en la carrera del siglo

Se trataba de la cita cumbre de los Juegos Olímpicos de Seúl. En cualquier competición de atletismo, la prueba de 100 metros lisos es una de las más apetecibles del programa, pero en aquella ocasión la expectación se había desbordado. Se enfrentaban Carl Lewis, el dominador de la especialidad durante la primera parte de la década de los ochenta, y Ben Johnson, el hombre que había osado discutir su hegemonía un año antes en los Mundiales de Roma. En Seúl se citaban, además, dos formas de correr. La elegancia del carismático y estilizado Lewis contra la potencia del compacto e hipermusculado Johnson, poseedor de un físico impresionante y una salida brutal. El espectáculo estaba servido y el mundo entero tenía la vista en Corea del Sur.

Roma, el primer gran asalto

El primer acto relevante de una rivalidad que apuntaba a convertirse en uno de los grandes antagonismos de la historia del deporte había tenido lugar un año antes en Roma, durante la disputa del Mundial de 1987. Lewis llegaba con la etiqueta de cuádruple campeón olímpico lograda en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles. Allí había logrado el primero de sus cuatro oros venciendo con holgura en los 100 metros por delante de su compatriota Sam Graddy y de un casi desconocido canadiense de 23 años que empezaba a despuntar y respondía al nombre de Ben Johnson.

Sin embargo, el favoritismo de Lewis para Roma estaba en cuestión. Después de Los Ángeles, Johnson había irrumpido con fuerza en la especialidad reina de la velocidad, discutiéndole al norteamericano el número uno. El canadiense había derrotado a su adversario en la mayoría de los duelos directos que habían tenido lugar antes del Mundial de Roma. En el último enfrentamiento, celebrado en Sevilla tres meses antes del campeonato, Johnson había vencido en un final de foto finish. No obstante, eran muchos los que pensaban que en una competición del más alto nivel la historia sería muy diferente. El propio Lewis verbalizó lo que estaba en la mente de la mayoría: “una cosa es hacer buenas marcas en mítines y otra distinta ganar campeonatos”.

A la hora de la verdad, Ben Johnson despejó cualquier duda, venciendo en la final con un tiempo de 9,83 segundos, rebajando así el récord del mundo que hasta entonces poseía Calvin Smith con 9,93. La plata era un premio paupérrimo para un Lewis que comenzó a rumiar la venganza.

La carrera del siglo

Y así llegaron Johnson y Lewis a Seúl, un año después, para dirimir quién era el hombre más rápido del mundo, para librar una revancha que ya no dejaría lugar a dudas, para coronar al indiscutible rey de la velocidad. El canadiense había sufrido a principios de 1988 una lesión y no parecía ser el mismo extraterrestre de un año antes. En su único duelo directo, Lewis había vencido, quedando Johnson tercero por detrás de Calvin Johnson, el tercero en discordia de la época. Por tanto, cuando el 24 de septiembre de 1988 los ocho participantes en la final de 100 metros se colocaron en los tacos de salida, todas las apuestas estaban a favor del corredor estadounidense. Sin embargo…

Ben Johnson no solo derrotó a Lewis, sino que lo hizo con una superioridad aplastante, entrando en la meta con el dedo índice en alto, volviendo la vista hacia su rival, y parando el cronómetro en una estratosférica marca de 9,79. Acababa de rebajar en tres centésimas su propio récord del mundo. Terminada la carrera, Lewis se apresuró a felicitar a su oponente. El estadounidense se tenía que conformar de nuevo con la plata, tras haber logrado un tiempo de 9,92, segunda mejor marca de todos los tiempos. El bronce en la que se denominó mejor carrera de la historia (con cuatro hombres por debajo de los 10 segundos) fue para el británico Linford Christie.

Todo por un fraude

Envidiado por muchos rivales, admirado por el gran público y codiciado por las mejores marcas comerciales, Ben Johnson era el hombre del momento, pero su alegría duró sólo 48 horas. El tiempo que tardó el COI en anunciar que el hombre más rápido del mundo había dado positivo por estanozolol. La noticia fue un mazazo para el mundo del atletismo en una época en que los casos de dopaje no eran tan habituales como hoy. Claro que el dopaje existía (aún hoy sobreviven muchos récords sospechosos de los años 80, sobre todo en el atletismo femenino), pero los sistemas de detección no estaban tan avanzados y había bastante ingenuidad popular en torno al tema, lejos de la fundada desconfianza que existe hoy en día. El positivo de Ben Johnson terminó de golpe con la edad de la inocencia.

Johnson fue despojado de su récord y su medalla de oro recayó en Carl Lewis. Con el tiempo, el canadiense confesó haberse dopado sistemáticamente durante años, por lo que también fue desposeído del campeonato del mundo y del récord conseguidos en Roma. Jonhson volvió, una vez cumplida su sanción, en 1991, pero ya nada fue igual. No se clasificó para el Mundial de Tokio de 1991, donde Lewis venció dejando la plusmarca mundial en 9,86, y no alcanzó la final en los Juegos de Barcelona, tras un tropezón en semifinales. Nunca volvió a rozar sus anteriores marcas.

La denominada entonces como carrera del siglo ha sido objeto con el paso de los años de multitud de conjeturas. Muchos de los participantes en ella se vieron envueltos, de una u otra forma, en casos de doping. Sobre el propio Lewis han recaído sospechas, aunque el Premio Príncipe de Asturias del Deporte de 1996 nunca dio positivo en un control.

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