Experiencias extremas

Sexo, cine, censura y el primer beso

Desde el primer beso que se vio por primera vez en una pantalla de cine, en el cortometraje El beso, de William Heise, allá por el 1896, sexo y cine siempre han mantenido una relación de amor-odio que sigue en nuestros días. Por cierto, el primer desnudo que contemplamos fue el de la actriz Audrey Munson en la película Inspiración (1916).

Por un lado, el cine ha permitido que contemplemos el sexo desde todos los ángulos posibles, incluso los más escabrosos e íntimos, como en el documental de etología más explícito. Por el otro, los protectores de la moral han persistido en frenar el avance de determinadas imágenes a través del celuloide bajo la idea de que lo visto en cine acaba siendo imitado por la sociedad (una idea que, por cierto, no tiene evidencia sociológica sólida).

Siguiendo esta segunda línea, probablemente la iniciativa más importante para regular lo sexualmente explícito en pantalla sea el código Hays, una ley estadounidense que censuró escenas de las películas entre los años treinta y sesenta.

Dicha ley dictaba que no había que introducir escenas de pasión si no eran absolutamente esenciales en la intriga, que no se debían mostrar besos, abrazos demasiado apasionados, poses o gestos sugestivos y que las escenas de cama eran inaceptables, ni de hecho ni en silueta.

Afortunadamente, el código Hays no sobrevivió, aunque lo haga en cierto modo en los códigos de regulación por edades, que puede actualmente condenar al fracaso comercial de un blockbuster si éste no se pliega a la más rancia corrección política, tanto en el ámbito sexual como en el de las palabrotas, la violencia y la sangre.

Para que os hagáis una idea, Matrix fue rentable económicamente porque constituye todo un icono cinematográfico y cultural. Pero su rentabilidad palidece si la comparamos con productos como, por ejemplo Ice Age. Dentro de 50 años, todos recordaremos Matrix y casi nadie recordará Ice Age, pero los productores de Ice Age ganaron diez veces más que los de Matrix sencillamente porque era una película apta para todos los públicos.

Década 1980-90

Con todo, las películas subidas de nivel siguen rodándose, a pesar de los riesgos. Sobre todo si echamos un vistazo a la década de los 80-90, mucho más laxa en lo que se refiere a lo políticamente correcto. Sirva el siguiente párrafo como recuerdo y homenaje a esas escenas, que quedarán para siempre grabadas en nuestras retinas y en nuestra líbido.

Ella empezó a interpretar conmigo las escenas salvajemente culinarias de El cartero siempre llama dos veces. Me demostró en qué consistía y cómo funcionaba el Orgasmatrón de Woody Allen. Me vertió en el oído la enfermiza pasión por una erección permanente de El imperio de los sentidos. Fingió el orgasmo de Cuando Harry encontró a Sally y luego lo experimentó de verdad, de manera más escandalosa. Me mordió como Drácula para chuparme la sangre, para hacerse con mi alma. Recreamos la relación de Julie Christie y Donald Sutherland en No mires ahora, el morbo de El graduado, la mantequilla de El último tango en París, la humedad de De aquí a la eternidad, los disparates de Tinto Brass, las violaciones y masturbaciones campesinas de Novecento, las tendencias masoquistas de Catherine Denueve en Bella de día, el traqueteo del metro de Risky Business, el cubito de hielo de Nueve semanas y media, la fogosidad de Fuego en el cuerpo y la pileta de la cocina de Atracción fatal. “¿Es que llevas una pistola en tu bolsillo o te alegras de verme?”, me dijo ella, tal y como lo diría Mae West.

Por cierto, las primeras películas pornográficas españolas las rodaron en Barcelona en los años 1920 los hermanos Baños por encargo del Conde de Romanones, para el rey Alfonso XIII. Y sin abandonar la pornografía: Garganta profunda es el filme más taquillero del género: recaudó 900 millones de dólares.

Imágenes que superaron la prohibición

A continuación, algunas de esas secuencias que pisotearon al código Hays y violaron los oídos de Pepito Grillo, como la escena de la cocina de El cartero siempre llama dos veces:

La mantequilla de El último tango en París hizo que nunca más viéramos de la misma manera el desayuno:

Y la frase directísima de Fuego en el cuerpo: señora, ¿quieres follar?:

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