Experiencias inolvidables

El limbo de Chipre, el Evangelio de Marcos y mi novia esperando en Turquía

El domingo me pasa a buscar un motero de Horizons Unlimited, la web de motoviajeros. Viene Antoni, con un colega. Conducen una BMW GS 1150 y una Yamaha Tenere 660. Me llevan a las Montañas Trodos. El paseo es cojonudo, carreteras muy reviradas y estrechas, pueblecitos griegos con las calles cubiertas de parras, viejecitos tomando café griego. Hay bastantes monumentos a los caídos en la guerra contra los ocupantes turcos. Visitamos un monasterio ortodoxo y compro alguna cruz. Se pueden escribir los nombres de familiares y amigos, meterlos en una urna y que se mencionen en la misa.

Vamos a un pueblo a comer. Nos sirven una cantidad inmensa de comida. Está deliciosa. Nos tomamos unas cervezas. Antonis me cuenta que ha recorrido América de New York a Argentina. Un gran viaje, asegura. Luego me acompañan hasta Nicosia, la ciudad dividida. Un lado es griego chipriota, el otro es turco. Hay instalaciones de los cascos azules que velan por el alto el fuego.

Para cruzar la frontera me exigen comprar un seguro por un mes. 20 euros. No vale la carta verde europea que sí funciona en Chipre y en Turquía. Curioso este limbo de la República Turca del Norte de Chipre. Aquí no hay monumentos a los caídos pero sí muchos carteles invocando la paz. Está claro quién quiere mantener el status quo. Banderas turcas, liras turcas, fotos de Omar Kemal Ataturk.

Llego a Kyrenia en la costa y de ahí hasta Bellopais, un pueblecito adosado a un monasterio en ruinas. El hotelito Residence es agradable, el empleado es kurdo y hablamos del problema kurdo en un inglés muy primitivo. Se queja de que en el Kurdistán turco no hay hoteles, ni hospitales ni carreteras y de que los kurdos son ciudadanos de segunda en Turquía. Aun así confía en que las cosas mejoren porque la mujer de Erdogan, el nuevo presidente turco, es kurda.

Me despierto a las seis. Salgo hacia el puerto. Compro el billete del ferry que ha de llevarme a Turquía aunque no sin problemas burocráticos. Al parecer tenía que haber declarado la moto en la aduana. Pero nadie me dijo nada. No les hace mucha gracia pero al final aceptan el documento de aduanas del sur de la isla. Alucinante pero cierto. Bien para mí porque ya me temía tener que volver a Nicosia y Mercedes, mi novia, casi llegando a la ciudad de Antalia, en la costa sur de Turquía.

El barco me deja a 400 kilómetros del aeropuerto donde ella aterrizará procedente de un vuelo directo desde Londres. El embarque no es fácil. Hay que pagar otra vez, 11 liras, luego meten los coches y luego los camiones, pero como no encajan los vuelven a sacar y repiten la operación varias veces hasta que se optimiza el espacio. La operación se prolonga durante horas. Al menos, mi moto es la última al entrar y por eso será la primera al salir. Pero nadie me ayuda a atarla. Espero que el barco no se mueva.

A bordo todos son turcos menos dos chicos alemanes. Yo leo el Evangelio de Marcos que me regaló James, el inglés que conocí en el barco que me llevó desde Israel al sur de Chipre. La navegación se prolonga durante casi siete horas. Este paquebote es más lento que el caballo del malo. Cuando desembarcamos me llevo otra desagradable sorpresa. Hay que pasar una rigurosa aduana. No hay libertad de tránsito entre Turquía y la República Turca del Norte de Chipre. El policía me pone toda clase de pegas porque en el pasaporte figura el sello chipriota. Los papeles para la moto todavía llevan más tiempo. Siempre me ha tocado las narices tener que enseñar siete veces los mismos documentos. Pero por fin salgo a la libertad y encuentro habitación sin problemas en el pequeño pueblo de Tosucu. Un poco más cerca de Mercedes.

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