Experiencias inolvidables

Phi Phi Island, Tailandia: “Culturas Perdidas”

Llegando a Phi Phi Island

Habíamos llegado a Tailandia como pocas veces llegamos a nuestros destinos de viaje, sin información previa sobre el país, sin saber nada de su historia o su cultura y con un cansancio que se puede tildar de abrumador. Abordamos un avión en Johannesburgo, Sudáfrica, que nos depositó dieciséis horas más tarde en el aeropuerto de Bangkok, y luego de resolver algunos asuntos burocráticos urgentes, nos encontramos con que teníamos que tomar una decisión sobre adonde dirigirnos o qué queríamos hacer. Esta ecuación poco feliz y acelerada fue la mayor responsable en la elección de Phi Phi Island como primer destino a visitar en Tailandia.

Cayendo en el lugar común

Aun cuando tenemos más que en claro que los destinos masivos de turismo poco tienen que ofrecer en términos de sorpresa e interés para el viajero, nos entregamos al imaginario de Leonardo Di Caprio y su archiconocido film “La playa” y nos lanzamos en busca del aroma a paraíso playero. Nos apoyamos de lleno en esa especie de ideario publicitario y en una creencia carente de fe, y nos dejamos llevar por ideas preconcebidas hacia un destino demasiado común, el cual no haría más que confirmar que a los lugares donde acude el turismo masivo, si uno está interesado en aprender algo del mundo, mejor no ir. Bienvenidos entonces a Phi Phi island y su particular forma de ser.

Aeropuerto de Bangkok

Cuando la cultura se esconde

Apenas pusimos un pie en este superlativo paraíso natural, y luego de viajar en tren, colectivo y barco por otra gran cantidad de horas, nos encontramos con esa incómoda e insatisfactoria sensación de que Phi Phi Island podía situarse en Brasil, en México o en Costa Rica, daba igual. Uno miraba para los costados y no veía un solo código ambiental que indicara lo contrario. Apenas atravesamos el muelle que nos separaba de la costa, se elevó ante nosotros una especie de laberinto comercial, del que luego nos dimos cuenta, sería sumamente difícil escapar.

Los negocios más cercanos a la playa eran atendidos por extranjeros, los bares parecían irlandeses, los carteles estaban escritos en inglés, español o chino y había un sinfín de referencias a solamente necesidades turísticas en general, las que se podrían resumir fácilmente en: comida, hoteles y fiestas que ofrecen algún tipo de exclusividad. Lo único que me hacía acordar que estaba en Tailandia eran una gran cantidad de mujeres y travestis que sin prisa, pero sin pausa, repetían como fonola averiada: “Thai massaaaage, Thai massaaaage”.

En algún momento, luego de encontrar un lugar para dejar los bolsos y descansar un poco los sentidos, volvimos con la mirada un poco más fresca sobre los cúmulos informativos. Así caímos en la cuenta de que todo era el doble de caro que en la parte continental, que no había forma de caminar más de un minuto sin que alguien ofreciera alguna actividad acuática; que si uno quería seguir caminando había que atravesar manadas de tarjeteros de fiestas nocturnas, y que por último y luego de todos estos incordios ambientales, seguíamos sin saber dónde era que vivían los Tais, dónde comían, dónde dormían o cuál era su actividad principal.

La desilusión acompañada de cierta frustración llegó cuando una vez logrado el objetivo, y ya casi con la nariz asomando dentro del pequeño pueblito Tai apodado “Ton Sai”, nos hicieron un gesto con la mana de que mejor diéramos media vuelta, como diciendo: “Acá no hay nada para ver chicos…”. Miré a los ojos al tipo que me intimaba y cuando estaba a punto de maldecirlo, respiré otra vez, lo entendí y nos retiramos.

Carteles en Phi Phi

Bar Irlandés

Noche de fuegos y piñatas

Luego de esta ciertamente impactante primera impresión diurna de la isla decidimos apostar todo a negro y esperar a la noche, para ver si era cierto que nos íbamos a meter adentro de un televisor y hacer un corto zapping hasta caer dentro de “Wild On Channel” para gritar “cartón lleno”. Fuegos y malabares a cargo de tailandeses, amurallados por el turismo más llano de todos, donde un desfile de “buckets” y botellitas de alcohol, se volvieron el programa dominante y la única apuesta de la noche. Lo más llamativo era que el cuadro se repetía sin alteraciones en toda la longitud de la playa. Un bar al lado de otro que parecía el mismo bar, inundado por exactamente la misma gente. Un hecho muy común, que por lo menos en mi percepción, nunca deja de resultar trágicamente llamativo.

Nos declaramos en rebeldía y apagamos la televisión, nos levantamos del sillón y nos fuimos a redescubrir la isla. Y así fue que empezamos a salir del estado de letargo que paradójicamente proponen los paraísos turísticos en general. Pusimos norte hacia cualquier lugar que se encontrara alejado de los eventos multitudinarios y volvimos lentamente a respirar.

Principalmente logramos entablar relación con algunos recolectores de basura, quienes pasan totalmente desapercibidos dentro de un pequeño barquito muy clandestino y poco iluminado, que trabaja en el muelle sólo en horas nocturnas. Entablamos charlas amenas y bastante divertidas con las señoras y señores que ofrecen los famosos “Thai Massage” y encontramos muchos musulmanes muy buena gente y muy amables que nos compartieron algunas historias de Tsunamis y demás.

Poco a poco, lentamente, empezamos a modificar nuestros estados de ánimos y logramos afirmar el paso para robarle a Phi Phi Island algún evento que valiera la pena ser contado.

Bar y bar con fuego y más fuego

Lo que no se puede negar

Y como la esperanza es lo último que se pierde, y como no existe aquello que sea tan malo como para que no dependa de nosotros mismos modificar, caminamos y caminamos la isla por todos sus rincones, para casi sin saberlo ir encontrando el camino que nos llevaría hacia la mística y la majestuosidad que proponen los encuentros. En este caso quien redimió la experiencia fue una persona llamada “Marianita”, un caso serio de humanidad y de belleza de espíritu.

Marianita posando para la foto

Marianita es de esas personas que al verlas parecen parte de la familia y que al hablar parece uno la conoce hace años. Con ella compartimos durante los últimos días, lo único que en Phi Phi Island es indiscutible, la belleza del paisaje y la espectacularidad de sus aguas. Sí, y debo decirlo, aunque sus costas estén llenas de botellas de cerveza de la noche anterior y aunque las embarcaciones que transitan alrededor hayan destruido casi la totalidad de su barrera coralina, Phi Phi Island es un paraíso natural prácticamente inigualable. Y si uno hace la excursión hacia Koh Phi Phi Leh, la isla donde se filmó “La playa”, uno se siente un Leonardo Di Caprio aunque mucho más clandestino.

Al final, y como reflejarán las imágenes y vídeos, fueron momentos mágicos de vida, que para disfrutarlos hubo que obligadamente teñir la realidad de cierta inconsciencia y desinterés, e inclusive “hacer la vista gorda” en muchísimos momentos; pero por otro lado, encuentros con personas como Marianita los redimen y de alguna manera también los vuelven inmaculados. Una suerte de filosofía de Yin y Yan, de como dice un gurú amigo, de cierto camino vivo y cierto camino muerto. Gracias por leer y hasta la próxima.

El paraíso perdido

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Comentarios

  1. Comentario by Turismo estético: viajando para cambiar tu cuerpo a golpe de cirugía - agosto 19, 2013 05:36 pm

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