Medio mundo en moto sin carné de conducir
Voy a explicar como se pueden recorrer 23.000 kilómetros sin carné de conducir y cruzar 17 fronteras, que se dice pronto, y al mismo tiempo dice mucho del mundo en que vivimos.
Miquel Silvestre es escritor, viajero y gran bebedor de cerveza. Ha recorrido en motocicleta más de 85 países tras las huellas de los exploradores españoles menos conocidos para tratar de rescatar el recuerdo de una épica de quijotes, santos y locos. Además de numerosas obras de ficción ha publicado dos libros de viajes: Un millón de piedras con 15.000 kilómetros africanos en su interior y Europa Low Cost, o como recorrer el viejo continente en moto sin pedir vacaciones ni arruinarse. Puedes seguir sus tropezones por el mundo en Un Millón de Piedras y en Twitter en @MiquelSilvestre.
Resumidos, los hechos son los siguientes:
Salgo de España en dirección este sin el carné español y sólo el Internacional, que como muchos sabéis es un librito que tiene en la portada la fecha de expedición del carné internacional (no la del nacional) y que caduca al año. Luego hay varias hojas con las traducciones a varios idiomas (francés, inglés, árabe o ruso) de los distintos vehículos que puedes conducir, y, como en el español, le ponen un sello en el renglón correspondientes, en nuestro caso, A y B. Y al final está la parte más importante, que es tu nombre y la foto con sello de Tráfico.
Pues bien, mi carné internacional, de tanto abrirlo en África (la verdad es que no entienden una palabra pero a todos los maderos les encanta pedir papeles y poner cara “yo lo controlo todo”), tenía la última parte rasgada y a punto de separarse del cuerpo principal.
Atravieso la UE sin problemas hasta Ucrania, y allí empieza la pesadilla. Los policías de carretera son como buitres que detectan una enorme BMW extranjera a kilómetros (yo creo que se avisaban por teléfono unos a otros), y en cada pueblo parada obligatoria y excusas para multar/sobornar. Y cada vez hay que sacar toda la documentación y discutir.
En una de estas, cuando ya me tenían hasta los mismos, los tíos se quedan con la parte final, la identificatoria, y yo con el librito y salgo de allí maldiciendo los muertos de todos los ucranianos de uniforme. Ofuscado no pagué pero cuando 500 km después me di cuenta de que no tenía carné me sentí bastante perdido. ¿Qué hacer? No iba a regresar, así que tiré.
Tiré y tiré y crucé Rusia, Kazajstán y Uzbekistán con un documento sin foto ni nombre. Y colaba. Vaya que si colaba. Los tíos no tenían ni puñetera idea y solo querían pasta. Pero el asunto es decirles que de acuerdo, que “protocol”, que rellenen los papeles, que te metan preso si quieren, pero que hay que avisar a la embajada o al ministro de interior. No sñe si eso es lo que funcionaba, pero antes de rellenar un solo papel te dejaban ir. Trabajar no les gusta, eso seguro.
Con el documento mutilado y sin valor circulé por muchos países dictatoriales. Intenté conseguir uno nuevo en España a través del RACE pero resulta que mi carné español había caducado mientras estaba fuera. Es que diez años desde la última vez que lo renové pasan muy rápido. Pero la fecha de la primera página del librito era del 2008, así que yo decía que esa era la de expedición del original.
Y en estas llego a Tashkent, capital de Uzbekistán, y me paso por el consulado español. De tebeo, vamos, el cónsul honorario en un Landa con 20 años, sin Internet ni impresora y con un Windows 98 que se colgaba a todas horas. Allí escribo mi nombre a bolígrafo en lo que queda de carné, le planto una foto y le digo al tipo que le ponga un sello. Y se lo pone. Un sello que no sirve para nada ni vale nada, pero es un sello, que es lo que importa en esos países de pacotilla.
Y así cruzo otra vez a Kazajistán, a Azerbaiyán y a Georgia, y en todos hay que enseñar el carné para conseguir el seguro en frontera pues la carta verde no funciona. Y yo lo sacaba más chulo que un ocho y todo el mundo conforme. Y a de ahí a Turquía, donde también me lo piden, y a Siria, Jordania y el Líbano, donde me lo piden otra vez para hacerme los seguros. Nadie se quedó sin tragar con un papel escrito a mano con tinta azul de boli bic. Ni Mortadelo hubiera puesto una cara más seria que la mía al enseñarlo.
Pero lo mas acojonante fue en Israel, donde te miran hasta los calzoncillos. Empiezan a pedirte papeles y papeles y al final el carné de conducir. Y yo trago saliva, saco mi papelucho y el tío se lo come. Ningún problema. Casi me caigo. Después de eso, me quedé tranquilo, supe que llegaba hasta casa sin dificultades. Y así fue, llegué de Italia por barco, desembarqué en Barcelona, dormí en Lleida y allí sí renové el carne español y saque uno nuevo internacional. Aunque a la vista de mi experiencia, ahora me pregunto qué puñetera falta hace.
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